Al cabo de cuatro horas de reunión comunal, mi garganta estaba seca y ya no le podía negar más el sorbo de ese licor de caña, animoso y cord...

Cosas que se hacen mejor embriagado

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Al cabo de cuatro horas de reunión comunal, mi garganta estaba seca y ya no le podía negar más el sorbo de ese licor de caña, animoso y cordial, que se produce en el Cañón del Melcocho, envolvente como chorros de agua, fogoso como las calderas del trapiche y con un aroma perenne como el espíritu de los ancestros. Pensar de esa manera solo me hacía desear más un trago de mítica tapetusa.

 

Y es que después de dos horas en moto, otras dos más a lomo de mula y las que ya había contado el reloj desde que empezó la reunión, mi mirada ya no se despegaba del mostrador y de los anaqueles de la tienda de la vereda, que tan amablemente nos habían facilitado para el encuentro. Pero mi entusiasmo se vino abajo cuando el vendedor, encogiendo sus hombros, me dijo que después de un festín dominguero tan solo quedaba media botella. -Con eso no alcanzo a ponerme simpático-, repliqué mientras tomaba la botella.

 

Uno de mis acompañantes me dijo que me entendía y que para él era claro que se podían hacer cosas mucho mejor estando borracho. En su caso le fue muy útil hace unos trece años, cuando recibió la terrible noticia de que su padre había muerto. -¿Qué le fue lo que pasó?- se preguntó y, mientras empezaba a formularse algunas posibles respuestas en su mente, el portador de la noticia le complementó: -Ha sido una mina… el viejo ha pisado una mina-.

 

Hizo un paréntesis y me explicó que en ese tiempo muchos de los habitantes de la vereda se habían visto en la penosa necesidad de desplazarse a causa de la violencia. Levantó el dedo índice de su mano izquierda para hacerme entender que lo que venía era importante y añadió: -Pero mi viejo nunca pudo adaptarse a la vida en el pueblo. Cada día añoraba más el momento de retornar a su finca-.

 

Su padre no aguantó más la desdicha del exilio y emprendió el regreso a su finca cargando una mula con unas cuantas de sus cosas. En un punto del camino se detuvo para tomarse un descanso, con tan mala suerte que en el lugar elegido para echarse lo aguardaba una mina antipersona que lo elevó a varios metros del camino e hizo que la mula corriera despavorida por el estallido.

 

Había que recuperar el cuerpo, aun desatendiendo las instrucciones de las autoridades que pedían no acercarse a la zona porque esta todavía no se encontraba asegurada. No obstante esto, al intentar buscar un servicio para el acarreo del cuerpo solo obtuvo negativas. Nadie quería tan siquiera imaginarse lo que sería dejar de pisar el firme suelo de cemento en el pueblo a caminar por el frondoso suelo campestre atiborrado de verdugos ocultos.

 

Gracias a su insistente esfuerzo logró convencer al dueño de una retroexcavadora y consiguió sellar el acuerdo con una venturosa propuesta: –Tomémonos uno pa’ bajar los nervios-. Tras el primer trago vino el segundo, no demoró el tercero y sin dejarse tomar ventaja lo alcanzaron el cuarto y el quinto; en cuestión de minutos la botella estaba vacía.

 

Emprendieron el viaje y antes de tomar rumbo entraron a cada establecimiento que se encontraron en su camino para comprar el número de botellas que cada uno podía llevar. A algunos caminantes se les hizo particular su forma de actuar y al enterarse del objetivo del viaje acataron a desearles buena suerte. Otros dos se ofrecieron a acompañarlos, muy seguramente por su interés en ayudarlos, aunque no se descarta la posibilidad de que lo hicieran por su deseo de sumarse a la “beba”.

 

Los nervios se resistían a bajarse por lo que cada tanto había que devolverlos empujándolos garganta abajo con unos tragos. En esa lidia pasaron la mayor parte del camino y al llegar al lugar de destino casi todo el licor habían bebido.

 

Le propuse una pausa y nos tomamos un trago de tapetusa con el que sentí un jolgorio desatado bajando por mis entrañas. Esa fue la mejor forma de involucrarme con la siguiente parte de la historia. –Prácticamente llegamos borrachos- me dijo y soltó una carcajada: –Es que a ese lugar no podíamos haber llegado de otra manera-. Tomó aire y prosiguió: -No me va creer usted pero parecía que levitáramos o que supiéramos dónde había que pisar en ese campo minado; aunque con esa borrachera estábamos era decididos o a volver o a quedarnos acompañando en la eternidad a mi viejo-.

 

Entre todos tomaron el cuerpo y lo llevaron hasta la pala de la retro. En un ambiente medio enrarecido por una cuota de tristeza y otra de alegría emprendieron su regreso.

 

No contaban con que la noticia de su hazaña había recorrido las calles del pueblo, por lo que se había formado un tumulto de curiosos que salieron a recibirlos para cerciorarse de que el rumor era cierto. Todos querían saber cómo lo habían logrado y para contar esta historia había que refrescar primero la garganta. De esta manera la ingesta de licor continúo en ese recibimiento, posteriormente en el velorio y solo terminó hasta después del entierro. Para finalizar agrega: -No hubiera podido hacer todo eso, ni siquiera imaginarlo, sin esos tragos que me dieron valentía-. Y le creí, porque yo en su lugar también hubiera hecho lo mismo sólo estando embriagado.

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